Germán Uribe conoce los secretos del cuento de los grandes maestros y no pretermite ninguna etapa. Elude, en cambio, algunos arquetipos de esta clase de ficción que puede tener a Borges o a Cortázar como sus mejores representantes. Su historia del hombre atrapado sin salida, como si Segismundo fuera Nicholson, en ese sentido es perfecta.
«El absurdo mundo de Segismundo» como cuento clásico no tiene nada de reprochable. Es redondo. Debate el problema del lenguaje y la escritura. Y juzga, de paso, una estructura social dependiente.
Los cuentos de Uribe han sido una sorpresa para mí porque todo escritor político o diplomático es digno de toda sospecha en nuestros tiempos. Y en mi concepto —modesto, por cierto—, Germán Uribe tiene garra para escribir. Y a más de eso conserva un raro equilibrio, una objetividad especial, en el tratamiento ideológico de los mismos cuentos. No se trata de hallarle la cara escondida a la nostalgia, la que podría salvarnos, como en el caso de las Oscuras cronologías de José Luis Garcés González, el excelente cuentista de El Túnel, sino de arrollar al lector con las historias de una generación que no obstante la frustración impuesta quiere salvarse aún con ella.
—Isaías Peña Gutiérrez
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