“Escúchenme, estén donde estén, y resuciten de sus muertes y sus muertos”, escribió Verónica Domínguez, intentando penetrar la ceguera de un pueblo apoltronado en su oscuridad. Tal vez no solo lo escribió: antes de juntar las palabras en un papel, lo gritó y se arañó la cara de desesperación intentando despertar los oídos sordos de un país vencido. A pesar de todo, lo hizo. Verónica, alias Emilia, lo intentó, y antes de eso se sumó a una lucha que casi la mata: quedarse a la izquierda de un país rojo, no de revolución sino de sangre, se convirtió en un sacrificio demasiado alto.
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