«Esperaba algo distinto. Calor. Eso es. Un calor infernal. Como el que se padece en otras ciudades de Colombia –en Barranquilla, o en Barrancabermeja, donde el aire prácticamente no existe y en su lugar uno se ve obligado a encajarse entre los pulmones una extraña aleación de aceite y polvo. O como el que tuve que vivir durante esos cinco años de recuperación en el convento de los agustinos de Mompox.
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