Los Beat se alzaron en respuesta a las agobiantes restricciones de la Norteamérica de la Guerra Fría, la cacería de brujas del anticomunismo macartista y la repre-sión generalizada de la “diferencia” y la libertad de expresión típica de un rígido control oficial. Ellos no constituyeron un movimiento en el sentido político, pero encarnaron espíritus libres, aunados por un compartido rechazo de valores intole-rantes y de una homogeneización social impuesta: la era del “hombre del traje gris”. Muchos de ellos transitaron por el extenso mundo de la posguerra: hacia México en busca de la cultura indígena, hacia la India tras una antigua sabiduría hindú y budista, y al Perú para comer una planta alucinógena llamada yagé. Pronto grupos locales de poetas –la Generación Hambrienta en la India, los Nadaístas en Colombia, El Techo de la Ballena en Ve-nezuela, los poetas concretos en Brasil, y otros– han asumido su espíritu para engra-narlo dentro de sus propias culturas de rebelión.
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